Tú, que me escuchas, abre los ojos, observa, comprende. El cielo del que sin cesar te
hablan; el cielo con cuya ayuda se intenta insensibilizar tu miseria, anestesiar tus sufrimientos
y ahogar el gemido que a pesar de todo se exhala de tu pecho, es un cielo irracional, con un
cielo desierto. Sólo tu infierno está poblado, es positivo.
Basta de lamentaciones; las lamentaciones son vanas, basta de postergaciones; las
postergaciones son estériles. Basta de plegarias; las plegarias son impotentes.
¡Levanta, hombre! Derecho, altivo, rebelde, declara una guerra implacable al Dios que
tanto tiempo ha impuesto a ti y a tus hermanos una embrutecedora veneración.
Desembarázate de ese tirano imaginario y sacude el yugo de ésos que se pretenden sus
representantes aquí en la tierra. Mas acuérdate de que si sólo haces esto, la tarea no será
realizada más que a medias. No olvides que de nada te servirá romper las cadenas que los dioses imaginarios, celestes y eternos han forjado contra ti, si no rompes las que contra ti han formado los dioses pasajeros y positivos de la tierra. Estos dioses giran a tu alrededor, y procuran envilecerte y degradarte. Estos dioses son hombres como tú. Ricos y gobernantes, estos dioses de la tierra la han poblado de victimas numerosas y de injustificables tormentos.
Puedan un día rebelarse los condenados de la tierra contra estos verdugos, para fundar
la ciudad de la que estos monstruos queden para siempre desterrados.
Y cuando te hayas emancipado de los dioses, de cielo y de la tierra; cuando te hayas
desembarazado de los tiranos de abajo y de los tiranos de arriba; cuando hayas realizado ese
doble gesto de liberación, entonces, solamente, ¡oh, hermano!, saldrás del infierno en que te
hayas y realizarás tu cielo. Dejarás las tinieblas de tu ignorancia para entrar de lleno en las
puras claridades de tu inteligencia, despierto ya de la influencia letárgica de las religiones.
jueves, 17 de enero de 2008
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